La adelfa en flor, ribereña, color del Guadiana, despierta cada mañana, humildemente el rumor del río, rumores de infancia, amores dormidos... Y lo hace sin querer, tímida, escondida, asomando al paso de una mañana nueva.
Esta flor no se mira en las aguas del Guadiana; ni siquiera sabe lo que es un río, porque crece entre cemento y baldosas que, poco a poco, se recalientan con la enfebrecida canícula de verano. No lejos hay juncos, alguna que otra gamonita, cardos borriqueros, florecillas de paniqueso, abrasadas lentamente bajo un verano pesado que casi zumba en los oídos. Ninguna de estas plantas sabe de ríos, riberas ni ranas... Los juncos se secan, suenan grillos y las culebras se descamisan frotándose entre las piedras.
Todo ésto me trae recuerdos de otros campos y otras mañanas de sol que se despereza con rumores estío.
Me alegra la nostalgia la saudade pero este campo sobra en la ciudad, en mitad de una barriada Valdepasillas, corazón de un Badajoz alejado del río, de las cardinchas, las gallicrestas y las ceborranchas. Es como si el campo, las riberas amables del Guadiana quisieran recuperar lo que se les ha quitado, aferrándose a los intersticios de las baldosas con fuerza revolucionaria, adentrando flora y fauna en la ciudad, conquistando centímetros de cemento, donde crecen cardillos que ganaron la batalla al espárrago y, a poco que observes, contemplarás a quienes se ganan la vida dentro de un entorno urbano que se despega con la silueta de los modernos edificios, el ir y venir de funcionarios y estudiantes del Bioclimático que desde las ventanas podrán contemplar este pedazo de campo que se nos e seca velozmente y al que no puede herir la chispa del rayo pero sí el cigarrillo, ascendiendo al cielo convertido en humo ritual y peligrosa hoguera.
La adelfa me emociona, la dejaría en su sitio, bordeando el acerado y todo lo demás debe volver al campo y al río.
José Rabanal Santander
Esta flor no se mira en las aguas del Guadiana; ni siquiera sabe lo que es un río, porque crece entre cemento y baldosas que, poco a poco, se recalientan con la enfebrecida canícula de verano. No lejos hay juncos, alguna que otra gamonita, cardos borriqueros, florecillas de paniqueso, abrasadas lentamente bajo un verano pesado que casi zumba en los oídos. Ninguna de estas plantas sabe de ríos, riberas ni ranas... Los juncos se secan, suenan grillos y las culebras se descamisan frotándose entre las piedras.
Todo ésto me trae recuerdos de otros campos y otras mañanas de sol que se despereza con rumores estío.
Me alegra la nostalgia la saudade pero este campo sobra en la ciudad, en mitad de una barriada Valdepasillas, corazón de un Badajoz alejado del río, de las cardinchas, las gallicrestas y las ceborranchas. Es como si el campo, las riberas amables del Guadiana quisieran recuperar lo que se les ha quitado, aferrándose a los intersticios de las baldosas con fuerza revolucionaria, adentrando flora y fauna en la ciudad, conquistando centímetros de cemento, donde crecen cardillos que ganaron la batalla al espárrago y, a poco que observes, contemplarás a quienes se ganan la vida dentro de un entorno urbano que se despega con la silueta de los modernos edificios, el ir y venir de funcionarios y estudiantes del Bioclimático que desde las ventanas podrán contemplar este pedazo de campo que se nos e seca velozmente y al que no puede herir la chispa del rayo pero sí el cigarrillo, ascendiendo al cielo convertido en humo ritual y peligrosa hoguera.
La adelfa me emociona, la dejaría en su sitio, bordeando el acerado y todo lo demás debe volver al campo y al río.
José Rabanal Santander
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