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domingo, 10 de abril de 2016

LA DISCAPACIDAD EN EL CINE Y LA LITERATURA




            LA DISCAPACIDAD EN EL CINE Y LA LITERATURA




Dentro de la brevedad que supone un artículo de sección, nos gustaría dejar al menos un apunte  acerca de la significación (interpretación o recurso) de la figura del discapacitado en medios tan populares como la novela o el cine y dentro de estos apartados, una discapacidad que a través de estos cauces ha proyectado unas sombras góticas y traspasado su imagen a nuestra sociedad, dejando un efecto negativa que aún perdura.
Nos estamos refiriendo a la figura del “jorobado”, palabra injustamente “maldita” y que durante siglos  ha sido la causa del abandono y marginación de las personas con algún tipo de malformación (escoliosis, cifosis) en la columna vertebral.

En gran medida contribuyen- tanto el cine como la novela-  a esta situación de injusticia, ya que desde el primer momento se les  adjudica la categoría de monstruos deformes o siniestros asesinos, relegándoles a los oscuros pasadizos de su particular Castillo de Otranto, los recovecos de Notre Dame o ciudades subterráneas, apartados de la luz, la sociedad y siempre maquinando contra el género humano que representando el “rol” positivo, vencerá indefectiblemente a estos “siniestros personajes”.

Incluso cuando ambos géneros tocan el humor, se cargan las tintas sobre estos caracteres y el lector o espectador acaban riéndose de la grotesca figura  de Marty Feldman (“El Jovencito Frankenstein”) con su joroba unas veces a la derecha, otras  a la izquierda o pasando la lotería por la joroba, reducidos en esta ocasión a la categoría “amuletos de la suerte” y  en tantas y tantas películas, criados graciosos, con inteligencia que ponen al servicio del “amo” y son felices con la felicidad de los protagonistas. Ni siquiera  la literatura del Siglo de Oro escapó a esto recursos fáciles.

Demos gracias (salvando distancias) a Víctor Hugo (Notre Dame), Ramón del Valle Inclán (“Divinas Palabras”, “Luces de Bohemia”) y algunos otro por dejarnos contemplar la discapacidad en la literatura desde otros ángulos socialmente más justos.

Girando en torno a tres autores concretos que, al menos nos brinden una breve pincelada, en primera impresión nos tropezamos con tres autores, diferentes en el fondo y forma: Paul Feval, Víctor Hugo y el tándem Emilio Carrere- Edgar Neville

                                               PAUL FEVAL Y “EL JOROBADO” (ENRIQUE DE LAGARDERE)

En cierta medida, Paul Feval, autor de la novela “El Jorobado”, popularmente conocida como “Enrique de Lagardère”, hace algo de justicia la figura del “corcovado”. Así, el jorobado es un héroe justiciero que lucha por una causa noble: Enrique de Lagardère, hábil espadachín de la Francia del siglo XVI, adopta el disfraz de jorobado decrépito, sagaz y sigiloso como una sombra, con aire entre siniestro y desconcertante. Todo este montaje tiene como fin la venganza de la muerte de su amigo, el noble de Nevers y proteger a su hijo heredero. Con ese fin, el jorobado, urde intrigas palaciegas y, bajo el negro disfraz, que le pone a salvo de cualquier sospecha, lleva a cabo su particular “venganza” estilo “Conde de Montecristo”.

Llevada al cine en numerosas versiones (una de las populares la protagonizada por Jean Marais, mediados los años ’60), “El Jorobado” llegó a ser la novela de capa y espada más famosa de Paul Henry Corentin  Feval (Paul Feval), nacido en 1816 en la región  bretona de Redon . Después de algunos intentos fallidos para ejercer su carrera de derecho, Feval  desemboca plenamente en la actividad literaria en la novela por entregas (los grandes folletines), publicando en La Revue de Paris y Le Courrier Français, especializándose de capa y espada y terror (“El Jorobado”, “El Caballero Fortuna” o “La Ciudad Vampiro”.

El jorobado de Feval es un ser esquivo y siniestro, pero finalmente se convierte en un “héroe de libro”, sin joroba, algo así como el cuento del patito feo- el más feo puede ser el mas hermoso- falsa premisa, cuando para terminar bien la historia, nos vemos obligados a convertir al patito feo en un cisne, siempre partiendo de  cánones estéticos y morales predeterminados por una sociedad que confina al discapacitado al rincón de las tinieblas.

Cosas de la vida, Feval  muere en 1887, aquejado de hemiplejia, acogido por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios

                                             QUASIMODO Y ESMERALDA

La triste historia de Quasimodo, desde el momento de su aparición, en 1831, constituye un éxito inmediato. Posteriormente, el celuloide nos ha ido entregando incontables versiones de la más famosa novela de Víctor Hugo, considerado como el más importante escritor del romanticismo francés, si bien nos parece un género romántico bien cargado de tintes sociales, no solamente en Notre Dame de Paris sino también en “Les Miserables”, en la que Hugo aborda  de lleno el  problema de la injusticia social, siempre presente en su protagonista Jean Valjean, cuestión que le procuró ser incluido  en el Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia, ejerciendo entonces su labor inquisidora y defensora de “los valores morales”.

Así en Quasimodo, un jorobado deforme, Víctor Hugo conscientemente, le relega al único sitio en el que la sociedad de aquella época le permitía vivir: las laberínticas estancias y campanario de Notre- Dame.

Quasimodo ve pasar la vida desde  la gran torre, mientras el pueblo se aparta de su presencia. Enamorado de la gitana Esmeralda, muere con ella, después de una serie de episodios y terribles persecuciones que, en cierto modo no vienen  al caso a la hora de entender que Víctor Hugo presenta al “jorobado” como una persona de excelente corazón, enamorado y capaz de los mayores sacrificios, en un mundo que le margina y ataca.

En esta historia “el jorobado”, muere con su “fealdad” y su bondad, brillando por su sacrificio y afanes. Al mismo tiempo, Hugo retrata un momento de Francia y una situación de marginalidad que aún se daba en sus días.

Más tarde, el cine sería el encargado  de recargar las tintas de la deformidad de Quasimodo para aterrorizar a los espectadores, comenzando por una primera película muda, protagonizada por el actor Lon Chaney (apodado el “hombre de las mil caras” por su  maestría en el disfraz y la caracterización), convirtiendo a Quasimodo en el monstruo de barracón de feria que todos conocemos. Mas ¿es así en la novela de Víctor Hugo?. Una vez más recomendamos la lectura de la obra y olvidarnos de los “encuadres” de Hollywood.

 EMILIO CARRERE Y “LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS”.

Dando un quiebro a nuestra pequeña aportación, nos tropezamos  con la figura de Emilio Carrere (Madrid 1881-1947), escritor muy popular en su tiempo. Poeta, “bohemio”, actor aficionado y protagonista de un sinnúmero de aventuras galantes, hoy totalmente desconocido  y olvidado por todos a excepción de los expertos en escritores malditos y curiosos como el mismo Carrere, Pedro Luis de Gálvez o Alfonso Vidal y Planas.

Si, personalmente la obra de Carrere puede llegar a interesarnos por varios motivos, en lo referente a sus circunstancias vitales no lo podemos clasificar como “bohemio puro”, debido a su alto puesto en Correos madrileño y los estipendios que percibía por la publicación de sus novelas y cuentos.
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Conocido en todos los prostíbulos de Madrid, fue un gran conocedor de las miserias y los tiempos difíciles de la gran ciudad (ver su novela “La Cofradía de la Perra Chica”) haciendo desfilar por sus páginas una corte de vagabundos, sablistas y rateros, completado por una horda de escritores mediocres, aprovechados, faranduleros de medio pelo, rameras de baja estofa cantadas incansablemente por Carrere en sus poemas.

Carrere, como la sociedad de su tiempo, creía a pies juntillas que la prostitución era producto del vicio y la lujuria desenfrenada de estas mujeres, no viendo más allá una necesidad social y una miseria enorme.

No es extraño  que en su novela “La Torre de los Siete Jorobados”, Carrere nos introduzca en una Cofradía de Jorobados que habita en los subsuelos de Madrid, conspirando, asesinando y cometiendo toda clase de fechorías, asociándo sus tétricas joroba a los planes más malvados, en un clima de magia y esoterismo del más negro cariz, que trata de desentraña Basilio un hombre de mediana inteligencia, un inspector de policía y un estrafalario personaje, científico que vive en los laberínticos pasadizos de la ciudad sepultada de los jorobados.


Carrere trata a los jorobados de forma discriminatoria, simplista y grafica: joroba igual a maldad y crimen, aunque su pecado de injusticia no le corresponde en exclusiva. La Torre de los Siete Jorobados, publicada en 1924 y que fue un éxito inmediato, no pertenece a un solo autor. En ella también está presente la pluma de Jesús Aragón, escritor contratado por la editora para convertir en novela extensa un breve cuento de Carrere (“Un crimen inverosímil) , publicado en 1922 en La Novela Corta, y en un amasijo de cuartillas, sin orden ni concierto producto así mismo de  Carrere que, desordenado en muchos aspectos, llegaba a no cumplir con  sus compromisos editoriales, obligando al editor a contratar un “negro” para organizar y rehacer  la historia.
El cineasta Edgar Neville llevó a la pantalla en blanco y negro la historia de los jorobados con muchos más aciertos que fallos; película olvidada y que a pesar lo comentado encierro altos valores cinematográfico como una soberbia interpretación del Dr. Sabatini a cargo del actor Guillermo Marín, eficazmente secundado por Antonio Casal e Isabel de Pomés y unos extraordinarios decorados, éxito indudable para la época.

Indudablemente,  nos hacen llegar una imagen negativa, asociada a una discapacidad   siempre  perdida en el horror gótico y la soledad.




  
                                                       José Rabanal Santander

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