LA DISCAPACIDAD EN
EL CINE Y LA LITERATURA
Dentro de la
brevedad que supone un artículo de sección, nos gustaría dejar al menos un
apunte acerca de la significación
(interpretación o recurso) de la figura del discapacitado en medios tan
populares como la novela o el cine y dentro de estos apartados, una
discapacidad que a través de estos cauces ha proyectado unas sombras góticas y
traspasado su imagen a nuestra sociedad, dejando un efecto negativa que aún
perdura.
Nos estamos refiriendo a la
figura del “jorobado”, palabra injustamente “maldita” y que durante siglos ha sido la causa del abandono y marginación
de las personas con algún tipo de malformación (escoliosis, cifosis) en la
columna vertebral.
En gran medida
contribuyen- tanto el cine como la novela- a esta situación de
injusticia, ya que desde el primer momento se les adjudica la categoría de
monstruos deformes o siniestros asesinos, relegándoles a los oscuros pasadizos
de su particular Castillo de Otranto, los recovecos de Notre Dame o
ciudades subterráneas, apartados de la luz, la sociedad y siempre maquinando
contra el género humano que representando el “rol” positivo, vencerá
indefectiblemente a estos “siniestros personajes”.
Incluso cuando
ambos géneros tocan el humor, se cargan las tintas sobre estos caracteres y el
lector o espectador acaban riéndose de la grotesca figura de Marty Feldman (“El Jovencito Frankenstein”) con su joroba unas veces a la
derecha, otras a la izquierda o pasando la
lotería por la joroba, reducidos en esta ocasión a la categoría “amuletos de la
suerte” y en tantas y tantas películas, criados graciosos, con inteligencia que
ponen al servicio del “amo” y son felices con la felicidad de los
protagonistas. Ni siquiera la literatura del Siglo de Oro escapó a esto recursos
fáciles.
Demos gracias
(salvando distancias) a Víctor Hugo (Notre
Dame), Ramón del Valle Inclán (“Divinas
Palabras”, “Luces de Bohemia”) y algunos otro por dejarnos contemplar la
discapacidad en la literatura desde otros ángulos socialmente más justos.
Girando en
torno a tres autores concretos que, al menos nos brinden una breve pincelada, en primera impresión nos tropezamos con tres autores, diferentes en el
fondo y forma: Paul Feval, Víctor Hugo y
el tándem Emilio Carrere- Edgar Neville
PAUL FEVAL Y “EL JOROBADO” (ENRIQUE DE LAGARDERE)
En cierta
medida, Paul Feval, autor de la novela “El
Jorobado”, popularmente conocida como “Enrique
de Lagardère”, hace algo de justicia la figura del “corcovado”. Así, el
jorobado es un héroe justiciero que lucha por una causa noble: Enrique de
Lagardère, hábil espadachín de la Francia del siglo XVI, adopta el disfraz de
jorobado decrépito, sagaz y sigiloso como una sombra, con aire entre siniestro
y desconcertante. Todo este montaje tiene como fin la venganza de la muerte de
su amigo, el noble de Nevers y proteger a su hijo heredero. Con ese fin, el
jorobado, urde intrigas palaciegas y, bajo el negro disfraz, que le pone a
salvo de cualquier sospecha, lleva a cabo su particular “venganza” estilo
“Conde de Montecristo”.
Llevada al
cine en numerosas versiones (una de las populares la protagonizada por Jean
Marais, mediados los años ’60), “El
Jorobado” llegó a ser la novela de capa y espada más famosa de Paul Henry
Corentin Feval (Paul Feval), nacido en
1816 en la región bretona de Redon . Después de algunos intentos fallidos para ejercer su carrera de derecho,
Feval desemboca plenamente en la
actividad literaria en la novela por entregas (los grandes folletines),
publicando en La Revue de Paris y Le Courrier Français, especializándose de
capa y espada y terror (“El Jorobado”,
“El Caballero Fortuna” o “La Ciudad Vampiro”.
El jorobado de
Feval es un ser esquivo y siniestro, pero finalmente se convierte en un “héroe
de libro”, sin joroba, algo así como el cuento del patito feo- el más feo puede
ser el mas hermoso- falsa premisa, cuando para terminar bien la historia, nos
vemos obligados a convertir al patito feo en un cisne, siempre partiendo
de cánones estéticos y morales
predeterminados por una sociedad que confina al discapacitado al rincón de las
tinieblas.
Cosas de la
vida, Feval muere en 1887, aquejado de
hemiplejia, acogido por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios
QUASIMODO Y ESMERALDA
La triste
historia de Quasimodo, desde el momento de su aparición, en 1831, constituye un
éxito inmediato. Posteriormente, el celuloide nos ha ido entregando incontables
versiones de la más famosa novela de Víctor Hugo, considerado como el más
importante escritor del romanticismo francés, si bien nos parece un género
romántico bien cargado de tintes sociales, no solamente en Notre Dame de Paris
sino también en “Les Miserables”, en
la que Hugo aborda de lleno el problema de la injusticia social, siempre
presente en su protagonista Jean Valjean, cuestión que le procuró ser
incluido en el Índice de Libros
Prohibidos por la Iglesia, ejerciendo entonces su labor inquisidora y defensora
de “los valores morales”.
Así en Quasimodo,
un jorobado deforme, Víctor Hugo conscientemente, le relega al único sitio en
el que la sociedad de aquella época le permitía vivir: las laberínticas
estancias y campanario de Notre- Dame.
Quasimodo ve
pasar la vida desde la gran torre,
mientras el pueblo se aparta de su presencia. Enamorado de la gitana Esmeralda,
muere con ella, después de una serie de episodios y terribles persecuciones
que, en cierto modo no vienen al caso a
la hora de entender que Víctor Hugo presenta al “jorobado” como una persona de
excelente corazón, enamorado y capaz de los mayores sacrificios, en un mundo
que le margina y ataca.
En esta
historia “el jorobado”, muere con su “fealdad” y su bondad, brillando por su
sacrificio y afanes. Al mismo tiempo, Hugo retrata un momento de Francia y una
situación de marginalidad que aún se daba en sus días.
Más tarde, el
cine sería el encargado de recargar las
tintas de la deformidad de Quasimodo para aterrorizar a los espectadores,
comenzando por una primera película muda, protagonizada por el actor Lon Chaney (apodado el “hombre de las
mil caras” por su maestría en el disfraz
y la caracterización), convirtiendo a Quasimodo en el monstruo de barracón de
feria que todos conocemos. Mas ¿es así en la novela de Víctor Hugo?. Una vez
más recomendamos la lectura de la obra y olvidarnos de los “encuadres” de
Hollywood.
EMILIO CARRERE Y “LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS”.
Dando un
quiebro a nuestra pequeña aportación, nos tropezamos con la figura de Emilio Carrere (Madrid 1881-1947), escritor muy popular en su
tiempo. Poeta, “bohemio”, actor aficionado y protagonista de un sinnúmero de
aventuras galantes, hoy totalmente desconocido
y olvidado por todos a excepción de los expertos en escritores malditos
y curiosos como el mismo Carrere, Pedro
Luis de Gálvez o Alfonso Vidal y Planas.
Si,
personalmente la obra de Carrere puede llegar a interesarnos por varios
motivos, en lo referente a sus circunstancias vitales no lo podemos clasificar
como “bohemio puro”, debido a su alto puesto en Correos madrileño y los
estipendios que percibía por la publicación de sus novelas y cuentos.
´
Conocido en
todos los prostíbulos de Madrid, fue un gran conocedor de las miserias y los
tiempos difíciles de la gran ciudad (ver su novela “La Cofradía de la Perra Chica”) haciendo desfilar por sus páginas
una corte de vagabundos, sablistas y rateros, completado por una horda de
escritores mediocres, aprovechados, faranduleros de medio pelo, rameras de baja
estofa cantadas incansablemente por Carrere en sus poemas.
Carrere, como
la sociedad de su tiempo, creía a pies juntillas que la prostitución era
producto del vicio y la lujuria desenfrenada de estas mujeres, no viendo más
allá una necesidad social y una miseria enorme.
No es
extraño que en su novela “La Torre de los Siete Jorobados”,
Carrere nos introduzca en una Cofradía de Jorobados que habita en los subsuelos
de Madrid, conspirando, asesinando y cometiendo toda clase de fechorías,
asociándo sus tétricas joroba a los planes más malvados, en un clima de magia y
esoterismo del más negro cariz, que trata de desentraña Basilio un hombre de
mediana inteligencia, un inspector de policía y un estrafalario personaje,
científico que vive en los laberínticos pasadizos de la ciudad sepultada de los
jorobados.
Carrere trata
a los jorobados de forma discriminatoria, simplista y grafica: joroba igual a
maldad y crimen, aunque su pecado de injusticia no le corresponde en exclusiva.
La Torre de los Siete Jorobados,
publicada en 1924 y que fue un éxito inmediato, no pertenece a un solo autor.
En ella también está presente la pluma de Jesús Aragón, escritor contratado por
la editora para convertir en novela extensa un breve cuento de Carrere (“Un
crimen inverosímil) , publicado en 1922 en La Novela Corta, y en un amasijo de
cuartillas, sin orden ni concierto producto así mismo de Carrere que, desordenado en muchos aspectos,
llegaba a no cumplir con sus compromisos
editoriales, obligando al editor a contratar un “negro” para organizar y rehacer
la historia.
El cineasta
Edgar Neville llevó a la pantalla en blanco y negro la historia de los
jorobados con muchos más aciertos que fallos; película olvidada y que a pesar
lo comentado encierro altos valores cinematográfico como una soberbia
interpretación del Dr. Sabatini a cargo del actor Guillermo Marín, eficazmente
secundado por Antonio Casal e Isabel de Pomés y unos extraordinarios decorados,
éxito indudable para la época.
Indudablemente,
nos hacen llegar una imagen negativa,
asociada a una discapacidad
siempre perdida en el horror
gótico y la soledad.
José Rabanal Santander
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