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jueves, 10 de julio de 2025

RAFAEL RUFINO FÉLIX MORILLÓN IN MEMORIAM

 Con motivo del fallecimiento del gran poeta emeritense , Rafael Rufino Félix Morillón, el pasado 21 de Junio de 2025, este conmovedor manojo de  memorias y nostalgias que le dedica José Caballero Rodríguez, gran conocedor de nuestras cosas. Y lo hace desde la amistad, apuntalando su semblanza para la Historia de nuestra ciudad, Mérida.

 

A Rafael Rufino Félix Morillón. In Memoriam

 

 

 

“Cuando hayamos cruzado

el umbral

el tiempo, con su llave

de ceniza

cerrará tras nosotros

la puerta pavorosa.”

   

Estos versos forman parte del poema Final, epílogo del libro que —a su vez— consiguió abrir la puerta desidiosa del reconocimiento en la patria chica. Con Las Ascuas y el V Premio de Poesía Ciudad de Salamanca llegaron en el siglo XXI los homenajes que colocan más cerca de donde se merece la figura de este tardío, sereno productor de poesía desnuda y popular.

Tras una operación cardíaca exitosa se publicaba este descenso a los infiernos de la enfermedad del que vuelve resucitado y vigoroso, joven de nuevo tras el combate.

Conocí a Rafael Rufino Félix Morillón (Mérida 1929-2025) en el segundo escenario más querido de nuestras vidas: ese Cádiz trimilenario que tanto tiene que enseñar a quien busca —insaciable—las lecciones de la vida; concretamente en la Playa de la Victoria. Me lo presentó mi padre, amigo de antaño como su hermano Pedro (1927-1969), aportándole orgulloso la primera línea de mi currículum de 18 años: “Este es mi hijo mayor, Pepe: estudia Filología en Cáceres”.

Todavía resuena en mi memoria el verbo poderoso de Rafael proclamando su sana envidia. Un hombre maduro, al que nada le faltó en la vida, miraba con melancolía un tren que sí se le escapó; sin embargo, llenó de manera autodidacta esa laguna !y de qué forma!.

Vivió libérrimo con dos seguridades que el hombre necesita para alcanzar esa condición frente a todo y pese a todos: su inteligencia y su holgada posición económica. Con su porte característico cautivó a muchas mujeres de su generación, hasta que llegó su amadísima Pilar y lo secuestró para siempre.

Unos años más tarde profundizamos nuestra amistad con dos hechos felices, la boda de su hija Pilar —compañera de mi esposa— en el Balneario de Alange y el lanzamiento de mi primer libro sobre cine en Mérida. Guardo la reseña que firmó Rafael en la Revista de Estudios Extremeños como un tesoro porque entre todo lo elogioso que dijo, afirmaba que había leído un “trabajo exhaustivo, riguroso, hecho con verdadera devoción de cinéfilo, en una gran labor de localización de datos que proporcionen certidumbre a los momentos iniciales; dotado de una amplia documentación gráfica (cartelería, retratos de personas significativas en la implantación y seguimiento del cine en Mérida, de edificios donde ubicaron las salas de proyección..etc) Todo un transcurrir luminoso y entrañable, de tiempo vivido en plenitud mientras la película iba desgranando en la penumbra del íntimo recinto los momentos gratos y sensoriales, los que han de permanecer arracimados en nuestro corazón.”

Perdonen la inmodestia, pero entenderán el orgullo de haber conmovido con un libro historiográfico el corazón y las vivencias de un poeta. Esos conocimientos y ese amor declarado por el Séptimo Arte estrecharon nuestra amistad, y desde ahí pude conocer que su poesía admirable se destilaba de una formación enciclopédica y una sensibilidad simpar, curtida en mil batallas acariciando páginas.

Como ejemplo de ese enciclopedismo, viene a mi memoria una anécdota el día en que le comenté que estaba en galeradas mi trabajo sobre Laborde, cuyo padre había amasado una inmensa fortuna en época del monarca francés Louis XV, Rafael situó de inmediato en el decenio 1750-60 tal enriquecimiento. He de reconocer que un frío de admiración me recorrió la columna. Hacen falta seis vidas o la lectura insaciable a que dedicó la suya para dominar tantos frentes. Y todo ello sin rechazar lo prosaico: una copa de vino con los amigos, una tertulia o los requiebros de juventud a esa muchacha rumorosa de núbiles caderas.

 

Di como hemos vivido

donde, en qué forma,

porque ya la memoria se resiente

al recobrar lugares, fechas, usos.

Y confunde en el sepia

lluvias y soles... vidas extraviadas

en el boscaje de la lejanía”.

 

Acerca de su obra, animamos a consultar por escrito al que fuera mi profesor de Crítica Literaria, Ricardo Senabre o a nuestro convecino Antonio Salguero, profesor en el Instituto Emerita Augusta y Doctor por la Universidad de Extremadura.

Nuestra última vivencia, un café postrero con amigos, café muy cargado de despedida. Pero antes, en la post-pandemia, compartimos una pequeña pesquisa en la hemeroteca digital que quise regalarle. El protagonista, su tío Emilio Moriyón (con y griega entonces) un inteligentísimo estudiante formado en las escuelas laicas emeritenses de finales del XIX, un joven “sabio” que publicó en el semanario madrileño “Las Dominicales del Librepensamiento” varios artículos en 1907.

El abuelo de Rafael, procedente de la localidad cántabra de Ruiloba se había asentado aquí unos años antes, en el último tercio del XIX y mantenía a los suyos con una tienda de música en la calle de Sta. Olalla. Al morir joven, el chico sabio tuvo que ejercer oficios manuales para tirar de la economía de su casa. Mi amigo nonagenario disfrutó de toda esa historia de su tío Emilio que él desconocía, mientras leía los textos originales en el formato A3 que en cierto modo eran facsímil del periódico con 120 años de antigüedad.

Ayer se fue Rafael a recuperar para la eternidad la Mérida de su infancia: “Esta mañana, en un deseado reencuentro, he bajado por la calle Atarazanas hasta la ribera del Guadiana, donde hubo adelfas que aún me sangran en la memoria”.1

Pero antes nos dejó su verso. El publicado y otros. A mí y a varios amigos más nos mandó varias veces en los últimos meses “el último verso que escribo”. Desde años atrás la despedida, ese último verso, le desgarraba el alma. Bon vivant y longevo, le costaba decir adiós.

Volvamos al poema “Final” para apreciar, sueltos ya de su mano, que había errado en sus cálculos al estimar la permanencia de su voz entre nosotros:

 

“Y de vuelta al origen:

voz no nacida, ausencia.

Mas ahora para siempre.”

 

Tu voz, Rafael, maestro, es afortunadamente una voz sí nacida, presencia —ahora— para siempre. Vivirás en la memoria de los que te admiramos y tu voz se impondrá desde las páginas de tus libros con un eco de sabiduría y magisterio, único pago que obtenemos, ya cruzada la puerta pavorosa, los que hemos dedicado nuestra vida a leer, escribir y a amar —con sus grandezas y miserias— la condición humana.

Mientras, sobre esta Mérida “prolongado crepúsculo pétreo” como tú la cantaste, el estío que se abre paso ha dejado de importarnos. Hoy

 

“Llueve copiosamente, y no descampa;

como si una gotera irreparable, inmensa,

estuviese vaciando su caudal infinito

sobre la tarde macilenta y fría”.2

  Hasta siempre, amigo


José Caballero Rodríguez


 


  1. De “Un fandango de luto”, en Reloj de arena.

  2. De Lluvias (Las Ascuas)